"La vida entera puede ser sugerida por el temblor de una hoja."
Federico Fellini

lunes, 8 de diciembre de 2008

El Yo de las poetas: Amelia Biagione

(Continuación de la entrada anterior)

Vuelvo a la idea -tan difundida (ver acá)- de que el duelo a cuchillo entre malevos originó las figuras de la danza del tango. La milonga misma sería una ceremonia iniciática propia de la vida rural trasplantada a los suburbios de Buenos Aires. Los hombres disputaban por cualquier cosa, por la pelea misma, y sobre todo, para ganar a una mujer. Esos cuerpos viriles, enfrentados, subsistieron en la payada como desafío verbal y se reinventan en todos los campos donde el símbolo construye una manera de ser, de estar, de persistir. La experiencia del antagonismo es creadora, fortalece el Yo de los que deben luchar, en la vida de todos los días, con un destino incierto. Entretanto, en Chile hay cantoras populares (y poetas como Violeta Parra); en Argentina, en cambio, payadores (y poetas héroes, como Leopoldo Lugones). Pareciera que el Yo rioplatense es masculino. Sin embargo, aunque las y los invisten al sujeto que habla de diferentes rasgos, de todos modos en el discurso siempre hay alguien, un sujeto que busca prevalecer, aún renunciando al yoísmo. Por eso me pregunto: ¿cuál es el Yo de las poetas? Paradójicamente, el tango, que parece actuar un duelo, al mismo tiempo reúne a los sexos incomunicados y es una frontera fluida y disponible para el encuentro de la pareja, donde la violencia simbólica y el erotismo se ponen en escena e interactúan con el lenguaje de los sentidos. La mujer ("la prenda" disputada), se expresa con el cuerpo y es frontera entre los hombres (el bailarín y el "otro" imaginario). Digo frontera, lugar donde los diferentes se reconocen, se comunican y se igualan sin dejar de ser diferentes. Preguntándome por el Yo de las poetas, descubro que también la poesía puede ser el arte de los márgenes donde los opuestos se dan cita. Yo no es el otro, ni la otra. Dice Amelia Biagioni:

Encuentro

Fue en Corrientes y San Martín /Y en un rato de otoño./Después que/el prodigioso atardecer/Borró murallas de cotizaciones/Cerró el tiempo/Y extendió un bosque lila./Allí supe/Que hay lugares sin hora/En donde el agua y el aceite/O Bach o Villa Lobos/O los pasos de los diversos/Comparten aura./En aquel bosque lila/Vi a dos hombres distintos y perennes/En sus páginas y en sí mismos,/Dos de las varias escrituras/De Buenos Aires./Inesperadamente/Los singulares, encendidos/Por los dos mundos del crepúsculo/Se divisaron en un claro,/Con ademán volando/Se saludaron en el oro,/Al lila refluyeron/Y caminaron/Alejados y acercados/Por hojarascas paralelas./Uno extraviaba entre los árboles/Su agonía quemante/Y el otro dispersaba entre los pájaros/Su agonía funámbula./Pero tendiendo./Cada uno en su letra/Y oyendo a la diversa,/Roberto y Macedonio/Desandaban/Maravillados de escucharse./Hasta que se atraparon./Hasta que cada cual se oyó en el otro./Hasta que hubo/Una sola escritura/O pasión/O senda,/Y por ella los dos se fueron.


La mujer, la “diversa” del poema, es la frontera donde los “distintos y perennes” se escuchan y encuentran una misma escritura, una utopía, la danza que la ciudad entreteje en pleno centro bursátil (San Martín y Corrientes). Macedonio Fernandez fue uno de los contrincantes de ese enfrentamiento de café con intervención mediadora de la poeta; deduzco que Roberto Arlt podría ser el otro. No importa. Es el oponente, es el Otro. Mientras, la poeta mujer –obediente al perfil asignado de “componedora” de entuertos, pero transgresora en la medida en que enuncia claramente el nudo del conflicto- habla desde el "entre", construyendo una máscara posible para su propia identidad (la diversa que habla) con la herramienta que habilita la poesía, y en este poema esa voz oficia de puente entre mundos irreconciliables llevando a la escritura la función del hogar encendido, el cobijo, señalando el “claro” del bosque, etc. etc….(sigue acá)

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